En una oportunidad, un hombre que trabajaba para una empresa de seguridad informática para operaciones espaciales militares, contaba lo vulnerable que son las computadoras a los ataques exteriores.
Durante un ejercicio de entrenamiento, unos hackers hicieron apagar todo el sistema que se encontraba bien protegido. No usaron claves ni rompieron ningún algoritmo de seguridad.
Ellos consiguieron entrar al programa de mantenimiento del edificio y lograron apagar el aire acondicionado del lugar donde se encontraban las computadoras. Cuando se produjo una sobrecarga de temperatura, el sistema se apagó de forma automática.
¿Pensaste alguna vez que un pequeño descuido puede afectar tanto?
Dios nos advierte en su Palabra que no podemos creer en nuestra propia fuerza o avidez; nos deja en claro cuán vulnerables somos como seres humanos a los deseos de la carne, y que continuamente debemos observar donde está nuestra fortaleza.
“Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Co. 10:12).
La Biblia nos cuenta el gran tropiezo que tuvo un gran hombre de Dios, el rey David.
En 2 Samuel 11, nos encontramos con una situación muy particular:
“Aconteció al año siguiente, en el tiempo que salen los reyes a la guerra, que David envió a Joab, y con él a sus siervos y a todo Israel, y destruyeron a los amonitas, y sitiaron a Rabá; pero David se quedó en Jerusalén.
Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa. Envió David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron: Aquella es Betsabé hija de Eliam, mujer de Urías heteo. Y envió David mensajeros, y la tomó; y vino a él, y él durmió con ella. Luego ella se purificó de su inmundicia, y se volvió a su casa” (2 S. 11:1-4).
El pasaje nos cuenta que en ese tiempo los reyes salían a la guerra, pero David se quedó. Puede ser que esta actitud de su parte no fuera algo malo, ¿quién podría decir que este siervo de Dios no era una persona comprometida a defender al pueblo de su Señor? Pudiera ser que David necesitara un descanso, un tiempo tranquilo fuera de las batallas y los conflictos.
El tomar distancia no es malo si lo hacemos para descansar en la presencia de Dios. Esto mismo es lo que hacía el Señor Jesús cuando se apartaba a orar y a estar en presencia de su Padre.
El descanso es necesario, pero debemos tener en claro la diferencia entre descanso y ocio.
El pasaje nos dice que David se levantó de su lecho al caer la tarde, esto es lo que normalmente denominamos “dormir la siesta”. No sabemos cuándo se acostó David, pero sí podemos ver que, una vez descansado, no buscó alguna tarea que realizar o encuentros que tener. Él se paseaba por la terraza del palacio buscando qué ver.
¿Qué habría pasado si David, en lugar de estar descansando, hubiera ido a la guerra?
¿Qué habría sucedido si David, luego de dormir su siesta, se hubiera ocupado en encontrarse con Dios?
No podemos asegurar lo que habría ocurrido, pero sí sabemos lo que pasó. El gran rey de Israel, aquel que derrotó al gigante Goliat, fue vencido por algo tan pequeño como unas horas de ocio.
Este mundo tiene mucho para ver, para entretenerte, para que te relajes y pierdas el objetivo, para que entres en tiempos de ocio, donde las horas pasan y tú te quedas en pausa, o peor aún, cuando tu integridad moral entra en juego, tu santidad se rompe y quedas atrapado por el pecado.
Hebreos 12:2 nos manda a poner los ojos en Jesús. Es mirando a Cristo que no vamos a perder de vista el camino en el que debemos andar. Es en Cristo donde podemos andar libres y seguros.
Pero debemos entender que el diablo está buscando la manera de hacernos caer. Una pequeña distracción puede significar un error fatal. Podemos volver rápido al camino, pero recuperarnos de las heridas nos va a llevar mucho tiempo.
“Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (Mt. 26:41).
Es solo cuando permanecemos unidos a Cristo que podemos estar firmes; la fuerza no proviene de nosotros, sino de Cristo que nos capacita para poder resistir.
“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13).
No te alejes de Cristo, permanece seguro a los pies de tu Salvador.