“Cuando Jesús nació en Belén (…) vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle”.
Mateo 2:1-2
¡Quien realmente cree, viene! ¿Qué llevó a los magos del oriente a venir a Israel para adorar personalmente al recién nacido rey? No fue la estrella, sino antes bien su fe, la fe de que el Hijo de Dios había nacido. El que cree, va, aun sin haber visto una estrella. Aunque siga siendo un misterio cómo hayan llegado a Jerusalén, sabemos que no fue la estrella la que los guio hacia allí, puesto que solo la vieron en el oriente y recién después poco antes de llegar a Belén (Mateo 2:9). Eso quiere decir que creyeron y emprendieron el viaje aun sin señales. El que cree, es guiado. A pesar de que Herodes como enemigo de Dios se interpuso, los magos finalmente llegaron a su meta, en la cual la estrella apareció nuevamente en el momento preciso. Como su motivación era la correcta, Dios no los dejó a expensas del enemigo. El que cree, encuentra a Jesús. Dice la Biblia: “…se detuvo sobre donde estaba el niño”. Los magos tenían a Jesús como meta, por eso no se desviaron. El que cree, ve más allá. Cabe destacar, que no dice: “Vieron a María y al niño”, sino “al niño con su madre María” (v. 11). El creyente siempre ve la meta salvadora, y esa solo es Jesús. El que cree, emprende nuevos caminos. Y Así “…regresaron a su tierra por otro camino” (Mateo 2:12). El creyente se somete a la guía de Dios y ya no transita sus propios caminos. Deja que sea el Señor quien establezca la dirección, y hace Su voluntad.
Por Norbert Lieth