“Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo”.
Hebreos 10:5
Jesucristo, el Hijo de Dios, aceptó por un único motivo un cuerpo humano. Hebreos 10:7 da testimonio de esto: “Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí”. O como lo expresa Jesús mismo: “Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí” (Juan 6:57). Y al cumplir Jesús la voluntad de Dios en todas las cosas, alcanzó a favor nuestro una salvación absoluta. En la cruz Él pudo exclamar: “consumado es” (Juan 19:30). ¿Qué fue lo que se consumó? En primer término, la voluntad del Padre. El efecto para nosotros, una humanidad perdida en el pecado, fue la salvación eterna. Pero esta maravillosa salvación solo la recibe aquel que le confiesa sus pecados a Jesús y acepta el perdón ofrecido a través de Su sangre. Por otra parte, aquella persona que ya ha experimentado 1 Juan 1:7 –“la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”–, en gratitud no puede hacer otra cosa que poner toda su vida a disposición del Señor. “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:1-2). ¿Cómo se encuentra usted en su andar diario?
Por Werner Beitze