“Y llamó Juan a dos de sus discípulos, y los envió a Jesús, para preguntarle: ¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro?”.
Lucas 7:18-19
Esta pregunta en Lucas 7:19 no fue formulada por cualquiera, sino por Juan el bautista, el mayor de todos los profetas. ¿Por qué se lo consideró como tal? Fue el único profeta cuya venida había sido anunciada en el Antiguo Testamento (Isaías 40:3-5). Fue llamado para prepararle el camino al Señor. Cuando vio que Jesús se le acercaba, le dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29), y también: “Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él” (v. 32). Y ahora… vemos a este gran profeta cargado de dudas y desánimo. Injustamente juzgado –como más tarde también su maestro– se encuentra en la cárcel. ¿Acaso el Señor mediante un milagro no lo pudo liberar de esa prisión? Para Juan había llegado el momento en el cual tuvo que experimentar aquellas palabras: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30). ¡Fácil de decir, pero difícil de sobrellevar! La oración de los hijos de Dios que sufren carencia espiritual muchas veces es la siguiente: “Señor, te ruego, hazme mucho más eficiente y fiel en mi andar, en mi servicio”. Y entonces el Señor le envía a aquel hombre, a aquella mujer, una prueba. Una respuesta totalmente inesperada. La prueba, sea cual fuere su naturaleza, siempre tiene como objetivo transformarnos a la imagen de Jesucristo para así reflejar su ser. Nunca olvidemos, especialmente si todo parece estar en nuestra contra, que Jesús, nuestro Buen Pastor, está a nuestro lado. A cada uno de los redimidos Él les dice: “¡No temas, te amo eternamente!”.
Por Jean Mairesse