“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”.
Hebreos 4:12
La Palabra de Dios es un juez insobornable. Ningún pensamiento, por más escondido que esté, puede permanecer oculto ante el Señor. Los motivos más ocultos de nuestra vida son expuestos delante de él. Él conoce nuestros pensamientos y penetra a las profundidades de nuestra alma. La Palabra de Dios toca nuestros sentimientos más finos y delicados para guardarnos del maligno. Ante Dios no existe la apariencia de la persona. Él juzga y condena tanto al príncipe como al mendigo, al maestro como al siervo, al rico como al pobre, al predicador como al miembro de la iglesia. Ante el Señor todos son iguales y su Palabra surte efecto sin emitir ruido. La Palabra del Señor también despierta y sustenta la vida, pues es viva. Si permitimos que a nuestra vida caigan palabras de Dios, penetrará vida divina, pues la Palabra de Dios es la semilla del nuevo nacimiento (Santiago 1:18). A través de ella, la persona se vuelve una nueva criatura y es liberada de las potestades de la perdición. Mediante la comunión con el Señor y su Palabra eternamente válida, el corazón se vuelve firme, los pasos certeros y la sentencia clara. Pero si nos cerramos a su Palabra, tendremos que cargar las consecuencias: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36). Con las palabras de Moisés de Deuteronomio 30:19 quiero animarle a escoger la vida: “…os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia”.
Por Walter Dürr