“Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; Estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien”.
Salmos 139:14
El creador nos hizo maravillosos: “Mas me preparaste cuerpo” (Hebreos 10:5). Eso hizo para que pudiéramos hacer su voluntad. Hacer su voluntad, sin embargo, recién se convertirá en el anhelo de nuestro corazón cuando por medio de la redención en Jesucristo nos volvamos partícipes de su Espíritu y ya no nos encontremos bajo el gobierno del pecado y del egoísmo. “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Efesios 1:13-14). La vida del Señor Jesús estuvo marcada por el siguiente pensamiento: “El Padre me preparó cuerpo para que por medio de él se pudiera hacer su voluntad”. También nuestro cuerpo, nuestra vida, nos ha sido dado por Dios para que a través de él se hiciera su voluntad: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:19-20). Si nuestra vida realmente es templo del Espíritu Santo, si realmente nos dejamos gobernar por el Espíritu de Cristo, no tendremos otro deseo que agradar a nuestro Señor y hacer su voluntad. La misma necesidad que vemos en Jesús cuando estuvo aquí sobre la tierra determinará también nuestra vida. ¿Cuánto espacio le ha dado usted al Espíritu Santo como para que se vea el carácter de Cristo en el día a día de su vida?
Por Werner Beitze