“Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas”.
Isaías 40:31
Águila: maestra de la térmica, del majestuoso planeo y de la caída precisa sobre su presa, cercana a la velocidad de caída libre. Todo esto hace de esta ave un apreciado símbolo tanto para escudos como para banderas. Es emblema de fuerza, inteligencia y vista aguda. En cambio, es gracioso cuando un pequeño y reluciente colibrí –del peso de una carta– inesperadamente se precipita sobre el vestido floreado de una dama, reconociendo su error recién después de unos instantes y escabulléndose asustado y veloz como una flecha. Estos “diamantes voladores” son tan delicados que durante la noche el creador tiene que hacer caer sobre ellos un entumecimiento, de manera que durante el sueño gasten menos energía. La temperatura corporal desciende, el pulso se reduce, y la actividad respiratoria disminuye. De no ser así, tendrían mucha dificultad para sobrevivir a las ocho o diez horas del período de oscuridad. Por eso el Señor nos alienta en su Palabra a que observemos al águila. Ella, pese a los obstáculos, mantiene una visión general (no como los hermosos pero miopes colibríes), llevada por sus majestuosas alas, en las cuales, según Deuteronomio 32:11, aun tiene espacio para sus pequeños “estudiantes de vuelo”. De esta manera también podemos confiar hoy día en el Señor. Él nos da la fuerza necesaria para luchar, resistir y soportar victoriosos las pruebas cotidianas. Nos da la fuerza para que no salgamos despavoridos ante las dificultades que se van apilando, para que no nos resignemos ni sucumbamos a expensas de nuestros tan diferenciados estados de ánimo y para que permanezcamos resguardados de los peligros que acechan. ¡Ante todo, no dejemos de mantener nuestra mirada hacia lo alto!
Por Reinhold Federolf