“¿Crees, oh rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees. Entonces Agripa dijo a Pablo: Por poco me persuades a ser cristiano”.
Hechos 26:27-28
“Al fin lo entendí”, dijo una señora de unos cuarenta años después de una reunión evangelística en el norte de Argentina, donde había aceptado al Señor. Desde su infancia asistía regularmente a la iglesia a la cual su padre pastoreaba. Desde hacía algún tiempo ya no acudía. Su esposo, un cristiano renacido, le pidió que lo acompañara a la reunión evangelística que se celebraría en otra congregación. Tras algún titubeo, finalmente accedió, y por la gracia de Dios creyó y le entregó su vida a Jesús. Qué final tan distinto el del rey Agripa. Él también fue confrontado a través de Pablo con el evangelio liberador, pero esa decisión crucial a favor de Cristo no la tomó. Pese a que, por lo visto, había sido impactado por las palabras de Pablo, declinó tomar una decisión. Pablo halló gracia delante de él y, de ser por este, lo hubiese dejado en libertad, pues dice: “y cuando se retiraron aparte, hablaban entre sí, diciendo: Ninguna cosa digna ni de muerte ni de prisión ha hecho este hombre. Y Agripa dijo a Festo: Podía este hombre ser puesto en libertad, si no hubiera apelado a César” (Hechos 26:31-32). Se puede ser muy religioso y, sin embargo, no entrar a la eterna gloria. Por eso es tan importante atender la Palabra de Dios: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).
Por Stephan Beitze