“El que sacrifica alabanza me honrará; Y al que ordenare su camino, le mostraré la salvación de Dios”.
Salmos 50:23
La mejor manera de glorificar a Dios es expresándole nuestra gratitud, o bien alabanza, por todo lo que ha hecho a favor de nuestra vida. Como la gratitud glorifica, tiene en la Biblia una importancia relevante. En la lengua de algunos pueblos no existe una palabra para dar las gracias. Esta falta de palabras para expresar gratitud demuestra la postura egocéntrica del hombre caído. Pero si una persona acepta por fe el sacrificio expiatorio de Jesús en el Gólgota y da gracias por ello, su relación con Dios se restablece. Si de todo corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas le entregamos hoy al Señor nuestra vida como sacrificio, se establecerá una nueva relación interna hacia él. A veces nos es muy difícil alabar. Pero ¡hagámoslo de todas maneras como un sacrificio! Pues con esto ordenamos el camino sobre el cual podremos experimentar a Dios de una manera nueva. Especialmente cuando parece que una oración no recibe respuesta, una oración sincera de acción de gracias nos abre un nuevo acceso al corazón de Dios. En la palabra griega eucharistein (‘agradecer’) está contenida charis, que significa ‘gracia’. Como Él nos busca por gracia, debemos responder a sus actos con alabanzas. Por eso el salmista expresa: “Aleluya. Alabad a Jehová, porque él es bueno; Porque para siempre es su misericordia” (Salmos 106:1). Pero a través de la gratitud también experimentaremos que el Señor derrama nueva gracia para la situación de nuestra vida. Pablo nunca se olvidó de dar las gracias por sus colaboradores: “…para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra (…) con gozo dando gracias al Padre” (Colosenses 1:10, 12). Prestemos atención: ¡la gratitud nos lleva a practicar un andar digno del Señor!
Por Eberhard Hanisch