“Servid a Jehová con alegría; Venid ante su presencia con regocijo”.
Salmos 100:2
Reiteradas veces se nos exhorta en las Escrituras a servir a Dios, a adorarlo, a alabarlo y a agradecerle. Esta exhortación primeramente había sido para el pueblo de Israel, al cual Dios rescató de la esclavitud en Egipto con hechos poderosos para que este le sirviera, en primera instancia, en el tabernáculo (santuario en forma de tienda) y más tarde en el Templo en Jerusalén. El Señor les dijo expresamente “…vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa” (Éxodo 19:6). También nosotros fuimos rescatados de la esclavitud del pecado a través de la sangre del Cordero de Dios para que le pudiéramos servir. El apóstol Pedro expresa esto claramente en 2 Pedro 2:19: “Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció”. Si miramos hacia los costados, vemos por todas partes personas que idolatran algo o dan gritos de júbilo alrededor de su propio ídolo. Se siguen las tendencias, se adora al ídolo de la moda y del dinero, etc., y se vive según el lema “¡Quiero disfrutar y pasarla bien!”. Y muchos se han hecho adictos, esclavizándose a las drogas o al alcohol. Pero qué distinta es la realidad si Cristo mora dentro de nosotros y hemos llegado a ser hijos de Dios. El gozo perdurable y verdadero inunda entonces nuestro corazón y le servimos a Él con alegría. Es decir, que le llevamos el sacrificio de alabanza de nuestros labios y estamos sedientos de presentarnos ante Él para adorar al Eterno y Altísimo, al Rey de reyes. ¡Qué majestuoso es el Dios todopoderoso, que ha creado cielo y tierra! ¡Él es el principio y el fin! Por eso la adoración debería ocupar el primer lugar tanto en lo personal como en lo familiar y en lo congregacional: “Cantando y alabando al Señor en vuestros corazones” (Efesios 5:19).
Por Dieter Steiger