“No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias”.
Romanos 6:12
El poder de la redención quiere obrar en nuestro cuerpo. El cuerpo ha sido liberado por medio del sacrificio y la resurrección del Señor Jesucristo, pese a que esa liberación aún no ha sido plena. Pero ya no estamos obligados a servir al pecado: “libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia” (Romanos 6:18). Nuestro cuerpo pasó a ser templo del Espíritu Santo: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Corintios 6:19). Sin embargo, hay cristianos para quienes el cuerpo, con sus necesidades, no ocupa el lugar que Dios le ha dado. La Palabra dice: “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?” (Romanos 6:16). Pero la sujeción a la voluntad de Dios, que incluye todo nuestro ser en cuerpo, alma y mente, es la condición para poder experimentar plenamente la bendición del Señor en nuestra vida. Las Escrituras nos muestran que debemos conducirnos de la misma manera que se condujo Jesús cuando estuvo en la tierra. Con todo su ser, estaba rendido a la voluntad del Padre. El Padre pudo exclamar respecto a su Hijo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mateo 17:5). Dios se complacerá de nuestra vida y nos bendecirá si nuestra entrega para hacer Su voluntad es genuina y total.
Werner Beitze