“Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas”.
Isaías 40:29
¡Esta no es una promesa vacía, pues Dios la hizo! ¿Alguna vez ha llegado al límite de sus fuerzas, y sufrió cansancio y desánimo? Lo mismo le sucedió a Elías en el desierto. Allí, debajo de un arbusto, quiso terminar con su vida: “Basta ya, oh Jehová, quítame la vida” (1 Reyes 19:4). No solo el cansancio físico puede desanimar, también lo hace la falta de empuje interno. El propio apóstol Pablo tuvo que reconocer esto en un momento: “Pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida” (2 Corintios 1:8). En 1 Samuel 30:6-7, leemos: “Y David se angustió mucho, porque el pueblo hablaba de apedrearlo, pues todo el pueblo estaba en amargura de alma (…); mas David se fortaleció en Jehová su Dios”. ¿Cómo se hace esto? La respuesta se encuentra en el Salmo 73:17: “Hasta que entrando en el santuario de Dios…”. No se necesita un domo ni una catedral, alcanza con un cuarto tranquilo. Allí le podemos contar a Dios sobre nuestras equivocaciones, nuestro desánimo, la falta de fuerzas; allí, junto a su corazón, se pueden derramar lágrimas. Él está a nuestro lado con todo su poder y nos ayuda gustosamente, el Señor dice: “Y me alegraré con ellos haciéndoles bien…” (Jeremías 32:41). En este momento el Señor le alienta con las siguientes palabras: “Fortaleced las manos cansadas, afirmad las rodillas endebles” (Isaías 35:3). ¿No será que su problema radica en intentar hacer las cosas con sus propias fuerzas? ¡De ser así, el Señor no participa! Pablo recibió esta palabra: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9). Esta maravillosa experiencia también la puede vivir usted y alabar a Dios, al igual que lo hizo David: “Vendré a los hechos poderosos de Jehová el Señor; Haré memoria de tu justicia, de la tuya sola” (Salmos 71:16). ¡Agradézcale al Señor por eso!
Por Burkhard Vetsch