“El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo”.
1 Pedro 3:21
La Biblia nos quiere fundamentar, por medio del bautismo, sobre los hechos redentores de la obra de Jesús. Con Juan, el bautismo requería un arrepentimiento personal. Aquellos que no accedían dándole la razón a Dios, “desecharon los designios de Dios (el perdón mediante la cruz del Gólgota) respecto de sí mismos, no siendo bautizados por Juan” (Lucas 7:30). A través de la imagen del diluvio, aprendemos que la salvación no proviene del agua. El bautismo no es ni una purificación exterior ni puede quitar del hombre su naturaleza pecaminosa. Antes bien, los creyentes, como Noé, pasaron “por las aguas” del juicio y fueron salvos al entrar por fe al arca. La persona que de esta manera llegue a Jesús, muestra que tiene “…aspiración de una buena conciencia hacia Dios por la resurrección de Jesucristo”. Por fe confía que ha muerto juntamente con Cristo en la cruz, de manera que la vieja vida ya no le pueda demandar nada. “Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Romanos 6:4). Sin embargo, en el bautismo se remarca ese gran gozo de la salvación de aquellos que “purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura” (Hebreos 10:22) se presentan ante Dios. Es su conciencia la que ahora se torna gozosa hacia el Señor para encomendarse a Él: de manera que el bautismo es el derecho de venir ante Dios con buena conciencia. Quien lo ha experimentado, podrá dar un gozoso testimonio acerca del cambio de vida experimentado.
Por Eberhard Hanisch