“Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?”.
Lucas 14:28
La Plaza Independencia es la más hermosa de las plazas de la ciudad de Montevideo. Sin embargo, varios años atrás, cada vez que me encontraba en ella me sobrecogía un malestar; ciertas “espinas” se clavaban en mis ojos. La plaza estaba rodeada de edificios que no habían sido acabados. “¡Ojalá hubiera un avance!”, pensaba. Sin embargo, por años no había habido cambios. Enormes esqueletos de edificios sin terminar. La peor “espina” era el Palacio de Justicia. ¡Una ruina! Una vergüenza para toda la ciudad. Aquellos que lo veían tenían toda razón de hacer un comentario sarcástico al respecto. La ruina de la construcción es ilustrada por el Señor Jesús en el versículo de este día. Es una advertencia. Si no estamos preparados para pagar el precio de seguir a Cristo, nos encontramos en el peligro de convertirnos en una ruina espiritual. Si la Iglesia de Cristo se conforma por muchos cristianos poco entregados, en definitiva se asemeja a aquella plaza rodeada por obras en ruinas. ¡Una triste escena! Un escarnio para cualquiera. Cierto día volví a cruzar aquella plaza y vi un enorme cartel en el Palacio de Justicia: “Reactivación de los trabajos de construcción”. Eso es lo que Dios en su misericordia quiere hacer en nuestras vidas si estas se encuentran encalladas. Ahora todo el edificio se encontraba cubierto por una hermosa fachada de vidrio. El escarnio había sido quitado de la ciudad. Sin embargo, si se miraba tras la fachada, se podía ver que por dentro aún no había ocurrido nada. ¡El brillo solo estaba por fuera! Eso no es lo que Dios quiere para nuestra vida. La verdadera negación propia sucede en el interior, en el corazón, y se refleja hacia fuera. ¿Queremos esto?
Por Stefan Hinnenthal