“Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos”.
Hebreos 13:20-21
El Dios eterno, que por medio de su Hijo Jesucristo ha consumado una redención eterna para nosotros, hizo posible lo imposible: de pecadores perdidos hizo hijos de Dios. El mismo Dios, mediante su Espíritu, quiere poner en práctica su voluntad en nuestra vida. Por este motivo y a través del nuevo nacimiento, nos hizo partícipes de su Espíritu. Debemos aprender a colocar nuestra propia voluntad bajo la voluntad de Dios, es decir, sujetarnos, pues Él siempre quiere lo mejor para sus hijos. Muchas veces desconocemos esto debido a nuestra incapacidad de ver todo el panorama. Pero las Escrituras nos garantizan que Él siempre quiere lo mejor para sus hijos. Dios, mediante su Espíritu, ha puesto en nosotros el deseo de reconocer y hacer su voluntad. Él mismo nos quiere capacitar para que cumplamos su voluntad con gozo. Pero no debemos olvidar que nuestra propia voluntad una y otra vez intenta rebelarse ante la de Dios. Por eso su Palabra dice: “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (Gálatas 5:17). Tengamos esto siempre presente para que no obedezcamos a la carne, sino al Espíritu de Dios, y para que hagamos su voluntad.
Por Werner Beitze