“Dice el Señor: Poco es para mí que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra”.
Isaías 49:6
Aquí nos encontramos con un manjar muy especial de la Escritura. Ya hace 2700 años, Dios expresó su voluntad de redimir a los hombres de toda la tierra. El diálogo se lleva a cabo con el siervo del Señor, el EBED-JHWH (Jaweh), quien en este capítulo de Isaías es descrito de una manera única. En el conocido capítulo 53 muere como cordero por los transgresores, por los pecadores. Sí, ese es Jesús, nuestro Salvador. Ya en aquel entonces el objetivo de Dios fue el de expandirse desde Israel hacia todo el mundo. Tanto el restablecimiento de Israel como también el ofrecimiento de salvación universal se cumplió y se continúa cumpliendo en Jesús. Él es fiel, y nosotros podemos gozarnos por el gran amor redentor de Dios, podemos alabarlo y darle las gracias. Allí, donde vivimos, trabajamos o estudiamos, debemos dejar que él nos utilice como lámparas, para que este tan singular ofrecimiento de salvación alcance a las personas que están a nuestro alrededor. Oremos también con más ahínco por los misioneros en países lejanos, así como también por los predicadores nacionales, que muchas veces bajo gran peligro, privaciones y dificultades están proclamando las buenas nuevas. O respaldemos y animemos a los jóvenes que están dispuestos y han recibido el llamado, para que se puedan capacitar y puedan estar a tiempo completo sirviendo en la proclamación del evangelio o en otras tareas misioneras en el lugar donde Dios los ha colocado. Un ferviente amor hacia los perdidos nos debería impulsar para que, mientras tengamos la posibilidad, cada cristiano de cierta manera esté siendo parte de esta tremenda tarea global.
Por Reinhold Federolf