“El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”.
Proverbios 28:13
Esta Palabra de Dios nos muestra un principio del Creador. Ante Dios nada se puede esconder. Él ve y sabe todo. Ya los primeros hombres, Adán y Eva, intentaron esconderse de Dios. ¡Qué ingenuos! Y, sin embargo, también nosotros muchas veces hacemos lo mismo. Pecamos, pero no lo llevamos a la luz, sino que escondemos nuestra falta ante los hombres y también tratamos de ocultársela a Dios. Muchos cristianos llevan una doble vida. En lo profundo, muy adentro, los carcome la culpa, lo oculto, aquello que nadie debe saber. Pero esta doble vida se va robando la comunión íntima con Dios y nunca se podrá alcanzar la paz. El siguiente ejemplo nos muestra por cuánto tiempo se puede oprimir el gozo interno: un cristiano hurtó algo valioso de su lugar de trabajo. Al llegar a su casa, su conciencia comenzó a acusarlo, pero no logró ser lo suficientemente valiente como para reconocerlo y devolver lo robado. En vez de asumir la culpa, enterró el objeto en su jardín. Pasaron muchos años y una y otra vez, al estar en aquel jardín, este hombre recordaba su error. Después de 40 años, al fin halló el valor necesario como para reconocer su culpa. Desenterró el objeto y se lo envió a su antiguo patrón adjuntándole una carta de arrepentimiento y el reembolso del valor. A partir de ese momento volvió a conciliar la paz y se convirtió en una persona gozosa. ¿Qué es lo que usted, querido lector, aún esconde ante Dios? ¿Quiere tener paz? Entonces, aclare su culpa no perdonada. Por favor, vuelva a leer el versículo de este día.
Por Erich Schäfer