“Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros”.
1 Samuel 15:22
Sin lugar a dudas, hay muchos que hasta el día de hoy siguen el ejemplo del rey Saúl. No necesariamente se tiene que ser rey para pensar que Dios podría conformarse con un sacrificio que a uno le haya costado ofrecer. Ya Caín, el primogénito de Adán, pensó así y ofreció una ofrenda del fruto de sus esfuerzos sobre el altar del sacrificio. Pero Dios vio su corazón, como más tarde también vería el del rey Saúl y el de todos los que hicieron y hacen lo mismo que ellos. Él no está interesado en una fachada religiosa, tras la cual se ocultan voluntad propia, orgullo y ambición. Saúl solo quiso cumplir con sus obligaciones religiosas, las que como judío ya había aprendido desde niño.
En Saúl se pueden observar tres falencias: desobediencia, incredulidad e impaciencia, las cuales intentó camuflar de piedad. Pero Dios no se esperaba de él una linda ceremonia religiosa, sino obediencia a su Palabra –es decir, que hiciera con los amalecitas lo que Él le había ordenado. Dios se lo dijo claramente a través de Samuel.
Tampoco en el día de hoy Dios espera de nosotros algún tipo de desempeño religioso, las así denominadas buenas obras y ofrendas, sino un sí incondicional hacia Jesucristo, el Hijo de Dios hecho carne. Tal vez debamos dejar una costumbre pecaminosa, tal vez debamos reconciliarnos con un hermano o una hermana, pedirles perdón. ¿Aún se esconde orgullo en nuestro corazón? ¿O nos hemos vuelto tibios seguidores de nuestro Señor?
Meditemos al respecto en este nuevo día: Dios espera nuestra obediencia total, quiere que obedezcamos a su Palabra inmediata y gustosamente. Sigamos al Señor y no permitamos que nada ni nadie nos distraiga de hacerlo.
Por Dieter Steiger