“El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón”.
Salmos 40:8
Otras traducciones lo expresan de la siguiente manera: “Me deleito en hacer tu voluntad, Dios mío; tu ley está dentro de mi corazón”, “Me deleito en hacer tu voluntad, Dios mío, porque tengo tu ley escrita en mi corazón”. Este ya había sido el sentir del rey David. Pero también es una palabra profética acerca de nuestro Señor Jesucristo, pues en su vida esto fue una realidad consumada. “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Juan 6:38). “Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Juan 4:34).
Es un hecho indiscutible que, si en nuestra vida le damos el primer lugar a Jesús y a su Espíritu, tendremos este mismo anhelo. Y también es un hecho que si hacemos algo con gusto, esto no se nos volverá una carga. Por el contrario, sentiremos satisfacción y felicidad de hacerlo.
No hay nada que Dios no haría por nosotros, si el único y más profundo deseo de nuestro corazón fuese el hacer Su voluntad y glorificar Su nombre. Es por eso que Jesús dice: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Juan 15:7). De esta manera, no estaremos pidiendo cosas que estén fuera de su voluntad. “El más profundo deseo de mi corazón es hacer, Señor, tu voluntad”. Esta debería ser nuestra oración diaria. Y si este anhelo es sincero, Él nos ayudará.
Por Werner Beitze