“Cuando muere el hombre impío, perece su esperanza; Y la expectación de los malos perecerá”.
Proverbios 11:7
El saldo siempre se calcula al final. En la Bundesliga, el Hansa Plast comienza la temporada como defensor del título. El primer partido ya se gana por goleada y eso los coloca en la punta de la tabla. Pasan meses, último juego con estadio repleto y entradas agotadas. El Hansa Plast sigue liderando la tabla. Alcanza un punto y son campeones. La hinchada ya festeja el campeonato por adelantado. Sin embargo, una vez terminado el juego, la frustración es absoluta: ¡perdieron por 1 a 0! El título de campeón se fue. Iba a ser el año de mayor éxito en la historia de la federación, ¿y qué quedó? Nada, todo se perdió. Lo mismo sucede con la vida de una persona. Todo parece andar sobre ruedas, todo funciona. Festejamos éxitos laborales. También en lo privado todo marcha bien. ¿Qué más queremos? Pero en algún lugar, muy dentro nuestro, sigue habiendo un anhelo que no fue saciado ni se puede saciar con una vida exitosa. Es el anhelo de Dios. Este anhelo se sacia si aceptamos a Jesús en nuestra vida. La vida en este mundo es tan corta que tratar de retenerla es como intentar retener el agua entre las manos. La pregunta es: ¿qué permanece al final? Vinimos al mundo con nada y al partir tampoco podremos llevar algo. Por eso, preocúpese por la eternidad mientras haya tiempo. Aférrese a la mano que Dios le extiende por medio de Jesús. Si no tiene paz con Jesús, no importa que la vida ahora le esté sonriendo, créame, al final será usted el gran perdedor.
Por Thomas Lieth