“Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio”.
Hechos 3:19
Aquí la exhortación es la de alejarse de las cosas que no le agradan a Dios y acercarse a aquel que tiene el poder de perdonar los pecados: Cristo. Eso sucede con la conversión. Esta, sin embargo, solo es posible por la misericordia de Dios. Él salva, no por las obras de justificación que hayamos hecho, sino únicamente por su tremenda gracia. Solo por eso experimentamos en nuestra vida una transformación completa y solo así nos volvemos una nueva criatura. Es una obra del Espíritu Santo, el cual fue derramado en nuestro corazón durante nuestro nuevo nacimiento (Romanos 5:5). ¿Usted ya le pertenece al Señor o aún es de aquellos que aplazan su decisión para más adelante? Como el gobernador Félix, que evadió el testimonio del apóstol Pablo con las siguientes palabras: “Ahora vete; pero cuando tenga oportunidad te llamaré” (Hechos 24:25). Nosotros, hombres mortales, no sabemos lo que viene mañana. Por eso la Biblia advierte: “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón” (Salmos 95:8). No aplace las decisiones importantes de su vida para más adelante, pues hasta una hora puede ser demasiado tarde. La conversión es indispensable para el perdón de sus pecados. ¿Por cuánto tiempo más quiere seguir arrastrando su pesada carga? Dios lo espera. Él dice: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18). El perdón de sus pecados lo recibirá por la fe en Jesucristo.
Por Walter Dürr