“Entonces Jehová dijo a Caín: ¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante? Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él”.
Génesis 4:6-7
La lucha de Caín con el pecado también es la lucha que están teniendo muchas personas entre nosotros. Hay miradas que delatan alguna culpa secreta. Hay pecados que abaten al hombre y le quitan la espontaneidad en el trato con otros. Dios le pregunta a Caín si está preparado para confesar su culpa. Si estamos en una situación así, no deberíamos dudar en arrodillarnos, confesar y arrepentirnos por todo aquello. Aquel que no está dispuesto a aclarar las cosas tiene que saber que el pecado es una fuerza que no nos suelta, a menos que haya logrado habernos hecho caer en la perdición. Martín Buber, un judío, ha traducido esta porción de la Palabra de la siguiente manera: “Pero si tus intenciones no son buenas: a la entrada acampa el pecado, que te codicia”. ¿Somos conscientes de que el pecado está ante nuestra puerta acampando como un mendigo? Conozco lugares en los cuales las calles están colmadas de indigentes, a tal punto que ya no se las puede circular sin que alguno lo sujete. Los automovilistas al parar en los semáforos reciben una avalancha de manos sucias que se extienden hacia ellos pidiendo limosna. ¿Cómo podemos pelear efectivamente la batalla contra el pecado? Caín experimentó que no era posible enseñorearse del pecado con sus propias fuerzas. Así que Dios más adelante intervino. Por medio de la nueva relación que con Él obtuvimos mediante Su Hijo, Dios nos promete: “Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia” (Romanos 5:17).
Por Eberhard Hanisch