“Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre…”.
Mateo 15:19-20
Lo decisivo no es aquello que la persona dice acerca de sí misma, sino el juicio de Dios sobre ella –eso es lo determinante. El hombre tiene aproximadamente unos diez mil pensamientos por día. Supongamos que solo un uno por ciento sean pensamientos pecaminosos. Entonces tan solo en nuestro mundo de pensamientos pecaremos contra Dios 36.500 veces al año. En veinte años serían 730.000 veces y en setenta años 2.555.000 veces. Si a esto aún le agregamos nuestras palabras y hechos, llegaremos a un número inimaginablemente alto. La Palabra de Dios enseña que Dios registra cada pecado, de manera que hasta tendremos que dar cuenta sobre cada palabra ociosa expresada (Mateo 12:36). Ningún pecador, ningún inmundo, ningún mentiroso irá al cielo, sino solo las personas que están inscritas en el libro de la vida (Apocalipsis 21:27). Puede haber personas que sean “mejores” que otras, pero eso no cambia el hecho de que todos somos pecadores y que sin Cristo todos estamos perdidos. ¡De qué vale poder saltar diez, veinte o treinta metros si la anchura de la brecha es de cien metros! Necesitamos que Dios extienda una escalera por encima de la brecha para así poder acceder a su reino. Esta escalera es el Señor Jesucristo, quien en la cruz del Gólgota pagó por nuestros pecados. La persona que le entregue a Jesús su vida cargada de culpas, será salvada por la eternidad e inscrita en el libro de la vida del Cordero, teniendo así libre acceso hacia el reino de Dios. “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:12).
Por Norbert Lieth