“Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios. Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.
Gálatas 2:19-20
A menudo se dice que no podríamos llevar la cruz de Cristo. Yo creo que no podemos llevar Su carga. No podemos cargar nuestros propios pecados, mucho menos los de todo el mundo. Pero la cruz de Cristo se volvió nuestra cruz: “Con Cristo estoy juntamente crucificado”. ¿Pero dónde? En su cruz. Por fe podemos confiar en que estamos crucificados con Cristo. Simón de Cirene llevó la cruz del Señor. Eso fue una alusión profética a que la cruz y muerte de Jesús tiene que venir sobre nosotros y que solo por eso podemos ser salvos. Su cruz corresponde a la humanidad. No que nosotros lo hayamos consumado, pero por fe nos disponemos bajo ella. Aquel que cree poder ser salvo por su propia cruz, se encuentra bien encaminado hacia el infierno. Las palabras de Jesús “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mateo 16:24) significan que debemos asentir a nuestra condena de muerte, que nada podemos hacer por nosotros mismos. Eso nos lleva a estar debajo de Su cruz, a estar crucificados con Él, sepultados y resucitados a una nueva vida. Solo aquel que accede a morir a sí mismo en Cristo es quien le puede seguir. Al cielo no llegamos por ninguna otra vía que por el paso de fe hacia la muerte de Cristo. Nada nos hace más aptos para el cielo que el reconocimiento de estar perdidos sin Cristo. Dese por vencido a su propia lucha, declárese perdido ante Dios y diga Si a la obra que Jesús consumó para usted. Es entonces que hallará la vida.
Por Norbert Lieth