“Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude”.
Jeremías 20:9
Pese a todo oprobio que Jeremías recibía, no podía hacer otra cosa que proclamar que la gente se arrepintiese. Cuando el Todopoderoso lo llamó para ser su mensajero, lo hizo con las siguientes palabras: “Tú, pues (…) háblales todo cuanto te mande; no temas delante de ellos, para que no te haga yo quebrantar delante de ellos” (Jeremías 1:17). Dios exhorta insistentemente a Jeremías a cumplir la orden divina. Pero no solo eso, sino que al mismo tiempo lo capacita para esta difícil tarea. Esto es algo que tampoco nosotros deberíamos olvidar. Jeremías recibió las vivificantes palabras: “Porque he aquí que yo te he puesto en este día como ciudad fortificada, como columna de hierro, y como muro de bronce contra toda esta tierra, contra los reyes de Judá, sus príncipes, sus sacerdotes, y el pueblo de la tierra. Y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo, dice Jehová, para librarte” (versículos 18-19). Si usted lleva una vida santificada, también puede recurrir a esta promesa divina. Y no olvidemos: no solo somos salvos, sino también deudores, es decir, debemos ganar incrédulos para Cristo. Podemos tener la certeza: ¡la palabra de Dios no volverá vacía! ¡Obrará! El Señor le dice a Jeremías: “¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra?” (Jeremías 23:29). ¡La salvación de las almas inmortales debería ser la gran pasión de cada verdadero hijo de Dios!
Por Walter Dürr