“Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio”.
2 Timoteo 2:8
Este es el legado del apóstol Pablo a su hijo espiritual, escrito en Roma en su última carta antes de morir como mártir. ¿Pero era realmente necesario escribirle esto a un colaborador experimentado y de larga trayectoria? De hecho, esta exhortación es acertada, pues todos somos sumamente olvidadizos. ¡Qué rápido nos perdemos en la corriente de lo cotidiano! Ni bien aparece algún problema, una dificultad inesperada, repentinamente se levanta ante nosotros una montaña y ya perdemos la calma, entramos en pánico y nos amenaza la desesperación o la depresión total. Qué rápido olvidamos en las situaciones cotidianas complicadas que tenemos un Señor que ha resucitado, que ha vencido a Satanás, a la muerte y al mundo. ¿Acaso nuestro problema es aún más grande que Él? Una importante práctica de la fe consiste en recordar este hecho divino: ¡mi Señor vive, está sentado a la diestra de Dios, es compasivo con mis debilidades y me puede ayudar! Se puede visitar la tumba de los fundadores de diferentes religiones. ¡Pero nuestro Señor ha resucitado! Siempre puedo contar con Él y acercarme a Él con mis problemas. En sus cartas, los apóstoles incansablemente les recordaban a los creyentes al Señor Jesucristo y Su obra, o sea, les recordaban aquello que ya les había sido proclamado. También nosotros solo venceremos en los tiempos del fin si mantenemos vivo el recuerdo: mi Señor resucitó, Él vive y me podrá ayudar siempre y en cada tentación. No hay problema demasiado grande para Él y nada le es demasiado difícil. Por eso, como creyentes animémonos y recordémonos esto mutuamente: “Acuérdate de Jesucristo…”.
Por Dieter Steiger