
“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”.
Gálatas 5:22-23

Debemos notar que aquí no se habla acerca de los frutos, sino del fruto del Espíritu. El Espíritu Santo de Dios obra en nosotros un fruto con nuevos resultados. El fruto del Espíritu es, en el sentido más profundo, el reflejo del carácter de nuestro Señor Jesucristo. El Espíritu Santo quiere marcar en nosotros la imagen de Jesús, pero eso solo es posible si permanecemos en Él: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Juan 15:4). El fruto del Espíritu viene del vínculo no alterado con Jesús. Por eso es tan importante que quitemos todo lo que estorbe al Señor y despejemos el camino. En el jardín había un pequeño manzano que había dado su primer fruto. Los niños jugaban allí. La mamá le pidió a su hijo que tuviera cuidado con el árbol para que el fruto no cayera. Pero, ¡oh no!, los niños, jugando, se acercaron demasiado al árbol y la manzana cayó. El pequeño pillo, sin embargo, mediante un hilo volvió a colgar la manzana del árbol. Por unos días nadie notó cosa alguna, pero entonces a la madre le llamó la atención que la manzana ya no tenía un aspecto tan fresco como antes. Así descubrió que ya no tenía una conexión real con el árbol, sino que solo pendía de un hilo. El verdadero cristianismo consiste en una sincera condición, una real relación con Dios. Todos corremos el peligro de ser devotos sin considerar a Jesús. Es necesario que nuestro ser más profundo, nuestra dirección de vida sea de “pura cepa”.
Por Norbert Lieth