“Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”.
Santiago 1:5
¿No nos sucede a veces que al cabo del día comprobamos con pesadumbre que unas cuantas cosas no anduvieron bien porque evidentemente nos faltó la necesaria sabiduría? Una y otra vez encontramos en las Escrituras declaraciones referidas a la sabiduría: el “hombre prudente” que edificó su casa sobre la roca; las “vírgenes prudentes” que llevaban consigo aceite; o también dice: “sed, pues, prudentes como serpientes”; el Señor en una oportunidad elogia al “mayordomo prudente” y otra vez al “siervo prudente”. En cuanto al joven David, estando este en el palacio del rey, se menciona reiteradamente que “salía David a dondequiera que Saúl le enviaba, y se portaba prudentemente. (…) Y David se conducía prudentemente en todos sus asuntos, y Jehová estaba con él” (1 Samuel 18:5, 14). ¿No nos anima ver con qué prudencia se conducía David? Comencemos conscientemente a pedirle al Señor que sea Él quien nos dirija en todos los asuntos y tareas y nos dé la sabiduría para que podamos realizar prudentemente las distintas cuestiones. Tal vez vivamos en condiciones muy confusas, nos hallemos ante dificultades o hasta tareas casi imposibles, ante puertas y corazones cerrados. Es entonces que podemos rogar por este valiosísimo don, pues “el que gana almas es sabio” (Proverbios 11:30). Santiago 3:13-18 describe la tremenda diferencia entre la sabiduría de arriba y la sabiduría terrenal. También para la correcta comprensión, la exposición de la Palabra de Dios y el análisis y clasificación de nuestras experiencias necesitamos urgentemente esta sabiduría. Dios es el dador de todo don perfecto, también de la sabiduría, la cual no poseemos por nosotros mismos ni puede adquirirse en ninguna universidad. ¿Somos de aquellos “sabios” colmados de sabiduría divina?
Por Dieter Steiger