“A Jehová tu Dios temerás, a él solo servirás, a él seguirás…”.
Deuteronomio 10:20
Los levitas tenían el llamado de Dios de servir en la Casa de Dios. Si indagamos en su historia, sin embargo, comprobaremos que tenían un rasgo característico muy negativo: “Simeón y Leví son hermanos; armas de iniquidad sus armas. En su consejo no entre mi alma, ni mi espíritu se junte en su compañía. Porque en su furor mataron hombres, y en su temeridad desjarretaron toros. Maldito su furor, que fue fiero; y su ira, que fue dura. Yo los apartaré en Jacob, y los esparciré en Israel” (Génesis 49:5-7). Justamente este linaje, que a nuestro criterio humano no hubiese sido apto para el servicio a Dios, fue el que Dios escogió. Vemos aquí el mismo esquema que en la elección de Israel. A través de Moisés, Dios dice en cuanto a este pueblo: “No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos” (Deuteronomio 7:7). En el Nuevo Testamento encontramos la misma constante. ¿Quiénes eran los discípulos? No eran personajes reconocidos, antes bien, simples trabajadores. ¿Quién fue Saulo? Un fanático perseguidor de los seguidores de Jesús. Pese a esto, el Señor llamó a este hombre de sangre caliente y lo hizo su siervo. Pablo mismo, inspirado por el Espíritu Santo, da testimonio: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles” (1 Corintios 1:26). ¿Por qué obra el Señor de esta manera? Respuesta: “…a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Corintios 1:29). Sus discípulos fueron purificados por la sangre de Jesús y santificados por el Espíritu Santo. Lo mismo también puede hacer con usted. ¡Dios quiere usarlo!
Por Werner Beitze