
“Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo”.
Génesis 50:20

Difícilmente exista una persona a la cual nunca le hayan hecho de alguna manera algo malo. Lo malo está presente en todas partes y quiere a toda costa arraigarse también en nuestro corazón y gobernarlo. Dios ya le había dicho a Caín: “…el pecado está a la puerta; con todo esto… tú te enseñorearás de él” (Génesis 4:7). Con esta orden de enseñoreamiento se nos ha dado a nosotros también una enorme responsabilidad. El apóstol Pablo dice: “No paguéis a nadie mal por mal (…), sino vence con el bien el mal” (Romanos 12:17, 21). ¡Esto no es algo que nos brote naturalmente! Pero si Dios lo pide, debemos practicarlo. Él quiere y puede capacitarnos para hacerlo, si permitimos que Él obre en nuestro corazón. El Señor nos dio ejemplos a seguir: José sufrió cosas muy duras por parte de sus hermanos cuando estos lo vendieron a Egipto. Más adelante habría tenido la oportunidad de vengarse de ellos si hubiese querido. Pero él los perdonó y los colmó con cosas buenas, y hasta fue quien les salvó la vida: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo”. Jesús perdonó a aquellos que lo clavaron en la cruz y pidió: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Como sus hijos, somos llamados a hacer lo mismo en su amor. Él nos quiere transformar en herramientas de su paz. Podemos frenar lo malo como pararrayos, de manera que el mal se detenga. No es cuestión de ver quién tuvo la culpa, sino que, como cristianos, debemos dar el primer paso. “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12:21). ¡Para eso fue derramado el amor de Dios en nuestro corazón! (Romanos 5:5).
Por Burkhard Vetsch