
“…despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”.
Hebreos 12:1-2

A diario cargamos con cosas que en realidad ni siquiera necesitamos y que se convierten en lastres. Son bolsas y carteras que están llenas de cargas que recién al llegar a casa podemos descargar. Pero también nuestro corazón frecuentemente se va llenando de cosas que en realidad deberíamos tirar. Si no lo hacemos, se vuelven una carga. Aquí se nos exhorta: “despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia”. Lo terrible con el pecado es que se nos pega. ¿Quién no ha pisado alguna vez goma de mascar? Una vez en el zapato, se pega en todas partes, donde sea que pisemos. Finalmente, con mucho trabajo uno logra deshacerse de ella. Con el pecado sucede lo mismo: atrae más pecado. Nos hace lentos, es decir, nos quita toda la fuerza. Es como una planta parásita, que se cuelga de un árbol y crece quitándole la savia, hasta que el árbol se termina muriendo. Por eso es tan importante que una y otra vez descarguemos en Jesús nuestros pecados, Él nos limpia con su sangre. Es cuestión de correr con paciencia. Ahora que estamos despojados de la carga del pecado, podemos correr. ¿Pero cómo se puede correr con paciencia? Correr es una acción y la paciencia tiene que ver con esperar. ¿Cómo se combinan ambas cosas simultáneamente? ¡No deberíamos detenernos! De eso se trata. Debemos correr pacientemente en la lucha, pues ninguno de nosotros sabe por cuánto tiempo aún lo tiene que hacer. Y en nuestra batalla debemos tener “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”. ¿Dónde están puestos hoy nuestros ojos?
Por Markus Steiger