“Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago”. Romanos 7:19
Con estas palabras, más de uno intenta disculpar o minimizar su equivocación: “Pablo también fue así”. Pablo, sin embargo, identifica la batalla de ambas naturalezas de los hijos de Dios. En otros pasajes es muy claro el hecho, que él hacía todo lo posible para resultar vencedor. Testificó: “Prosigo a la meta” (Filipenses 3:14). En la vida de Daniel vemos cómo las decisiones tomadas pueden ser aplicadas realmente: “Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía” (Daniel 1:8). Lo que Daniel se había propuesto lo pudo cumplir porque mantenía ciertas costumbres: Oraba tres veces al día a su Dios. Lo siguió haciendo aun cuando hacerlo le significara peligro de muerte. Dice: “hallaron a Daniel orando y rogando en presencia de su Dios” (Daniel 6:11) (N. del T.: algunas versiones alemanas dicen: “Daniel (…) oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes”). La oración era para Daniel lo más natural del mundo. ¿Qué pasa con nosotros? ¿No será que tal vez nuestra flaqueza consista en que estamos dispuestos, tenemos la firme convicción de abandonar malos hábitos y vicios, pero al fin y al cabo desistimos porque no se nos ha hecho costumbre llevar una vida realmente consagrada a Dios? ¿Cuál es nuestra conducta con relación al trato con Dios? ¿Nos creamos el hábito de leer Su Palabra, de orar y de servirle? En Lucas 22:39-40 dice referente a Jesús: “Y saliendo, se fue, como solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron. Cuando llegó a aquel lugar, les dijo: Orad que no entréis en tentación”.
Por: Peter Malgo