“Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu”. Eclesiastés 1:14
El hombre, como autoproclamado dios de la tierra, gobierna a su real antojo. Convulsivamente, se aspira a metas cada vez más elevadas. Una conferencia por la paz sigue a la otra, se toman resoluciones, se firman sociedades y contratos, se ordenan sanciones y boicoteos, y el resultado: ¡guerras, guerras y más guerras sobre todos los continentes! El hombre como autoproclamado dios ha fracasado. Pese a los tremendos esfuerzos, no se logra controlar al mundo ni tampoco la propia vida. Se efectúan vuelos hasta la luna, pero la tierra aún nos es desconocida. En definitiva, cada proyecto humano fracasa por falta de confianza en Dios, por altivez y arrogancia. No se quiere admitir que hay un Dios en el cielo, lo que lleva a procurar alcanzar la salvación por uno mismo. Pero todo lo que se emprenda, no es otra cosa que tratar de atrapar al viento. Bienaventurados aquellos quienes confían en el Señor y en su Palabra, pues Él dice: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Juan 5:4-5). ¡Jesús sigue siendo el vencedor!
Por: Thomas Lieth