“Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo”. Mateo 17:8
Para Pedro, Santiago y Juan tiene que haber sido algo sublime haber visto a Jesús en el monte de la transfiguración con un celestial esplendor en la compañía de Moisés y Elías. También escucharon la voz de Dios: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mateo 17:5). Una experiencia inolvidablemente profunda, un privilegio, que justamente ellos hayan podido estar presentes. Pero Jesús sabía por qué quería tener precisamente a estos tres discípulos a su lado. Esta experiencia les habría de fortalecer más adelante, cuando tuvieran que atravesar el camino de la muerte, del martirio, por amor a su fe. Pero los discípulos tuvieron que descender de lo alto del monte a la chatura de lo cotidiano. Y allí lo que les esperaba eran pruebas de fe, y no luces provenientes de lo alto. ¿A usted le basta “únicamente Jesús”, a quién no puede ver, o pide señales y milagros palpables? La persona que anhela experiencias sobrenaturales en su vida de fe puede caer fácilmente presa de ofertas engañosas, pues nuestra alma puede ser engañada. Satanás utiliza con mucho gusto el vicio por los milagros. Le hace creer cosas a la gente para poder manipularla en su embriaguez sentimental. No acepte ofrecimientos que le quieren quitar de antemano lo que Dios le ha reservado a sus hijos para el cielo. Solo una fe, como la de un niño, en la Palabra de Dios tiene promesas. Jesús le dijo a Tomás: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan 20:29). Que el Señor Jesús y Su Palabra, que es la única comida verdadera, le sean suficientes. Mediante la fe en su Palabra, podemos ver; eso no se obtiene mediante actos religiosos y estimulación espiritual. ¡Los tres discípulos no veían a otro que no fuera Jesús!
Por: Burkhard Vetsch