“Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre”. Juan 16:28
El Señor Jesús no vino por su propia voluntad al mundo. Juan 8:42 habla en cuanto a esto: “…pues no he venido de mí mismo, sino que él (el Padre) me envió”. De hecho, no vino para ser servido, “sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28). Tampoco vino para juzgar al mundo (Juan 12:47). En efecto, no fue su intención abrogar la ley, sino cumplirla. Por eso al creyente en Jesucristo le corresponden las maravillosas palabras de Romanos 10:4: “porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”. Jesús tampoco vino para traer paz, sino la espada. ¿Cómo puede entenderse esto? Pues, si uno se convierte en un hogar, el resto de los integrantes que no lo han hecho se vuelven contra él porque odian la luz, odian a Jesús y no quieren que Él los reprenda. Pero cuestionémonos ahora: ¿a qué vino el Señor a este mundo? Él vino para ser la luz del mundo, para que aquellos que le siguen no permanezcan en las tinieblas, sino que tengan la luz de la vida (Juan 8:12). Además, vino para sacrificar voluntariamente Su vida, cargando toda nuestra culpa sobre sí. Él vino para liberarnos a usted y a mí de las manos de Satanás. Ninguno tiene que perderse. Y vino como el Rey de Israel para dar testimonio de la verdad. ¡Él es el camino, la verdad y la vida! ¿Cuál es su respuesta ante Él? ¿Acaso Jesús tiene que lamentar diciendo: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente!”? (Apocalipsis 3:15). Si ese es su caso, solo le puedo aconsejar: ¡Escuche ahora la voz del buen Pastor y sígale!
Por: Walter Dürr.