“Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”. Hebreos 12:14
El discípulo de Jesús debe tener como lema y meta la santidad. Este versículo, en definitiva, dice que quien no vive en santidad no es un seguidor de Jesús y, por ende, no lo ha de ver. Ya en las bienaventuranzas Jesús había dicho: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8). La condición para ver a Dios es un corazón santificado y limpio. ¡Son tantas las cosas que enfrentamos a diario que tratan de ensuciar nuestro corazón! Probablemente, cada vez sea peor, a medida que se aproxima el regreso de Jesús. A través de revistas, películas, televisión y otros medios modernos, se les abren las puertas de par en par a las impurezas. Pero nosotros somos responsables de las cosas que encuentran cabida en nuestro corazón y de aquellas que no la encuentran. Alguien dijo cierta vez: “No podemos evitar que los pájaros vuelen por encima de nuestra cabeza, pero sí podemos evitar que se hagan un nido sobre ella”. Lo mismo sucede con la impureza del pecado, con la cual estamos confrontados a diario. Si encuentran acceso a nuestro corazón, somos nosotros los responsables. Mantener limpio el corazón requiere de esfuerzo, al igual que mantener limpia una habitación. Hasta somos exhortados a seguir, o bien perseguir la santidad. Para perseguir a alguien se necesita estar en buena condición y ser más rápido que aquel a quien queremos sobrepasar. Por eso, debemos estar ejercitados en la justicia, la verdad y la pureza para poder huir de las maliciosas tentaciones. Seguir o perseguir requiere de un esfuerzo absoluto para alcanzar la meta divina de ver un día a Dios. Recordemos que el ocio es madre de todos los vicios.
Por: Fredi Winkler.