“Jesús lloró”. Juan 11:35
Nadie pudo ni podrá tener tanta conmiseración como Jesús. Él es nuestro consolador, es nuestro ayudador, es quien nos muestra el camino. Este llanto de Jesús, este acompañar interior, nos muestra una condolencia que ningún otro tendría. Él llevó nuestros dolores y se hizo partícipe de nuestras angustias y sufrimientos. Pero este llanto de Jesús también tiene un significado más profundo. Aquí en Juan 11 lloró por Lázaro, quien había muerto. Tras una larga e impaciente espera por parte de la familia del difunto, ahora también Jesús estaba entre los que están de luto. Pero la muerte de Lázaro no fue el único motivo por el cual lloró el Señor Jesús. Jesús también lloró por los presentes. Lloró por su incredulidad, la cual se reflejó en las palabras de reproche: “Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano” (v. 32). Jesús lloró porque quienes estaban de luto lamentaban y lloraban, y ya no contaban con Su poder. Qué triste debe ser para Jesús si, en una situación aparentemente sin salida, comprueba que hemos perdido la fe. ¿La situación que está atravesando es complicada? ¿Parecería que no tiene salida? Entonces, por favor, no deje que le sea robada su mirada de fe. A nada conduce que lamentemos y digamos: “¡Ay Señor, si hubieses estado…!”. Pues si todo parece estar trancado y sellado, si se derrumban perspectivas llenas de esperanza, entonces, precisamente entonces, comienza a intervenir Dios. Allí donde para nosotros hay un “imposible”, es donde en realidad comienzan Sus posibilidades. ¿No será que Jesús frecuentemente también tenga que llorar por nosotros porque no tenemos en cuenta Sus posibilidades? “¿Hay para Dios alguna cosa difícil?” (Génesis 18:14). ¡No, no existe! “Podrá caer el cielo, antes que me falle Tu Palabra”.
Por: Peter Malgo.