
“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos”. Juan 17:20

La reacción en cadena aquí anunciada se ha ido prolongando a través de casi dos milenios. Una y otra vez hubo personas que llegaron a la fe por el testimonio personal de otros. Una y otra vez fue entregada la antorcha encendida. En tiempos buenos como en los malos, en los de paz como en tiempos de guerra. Ya en aquel entonces el Señor hizo alusión al futuro. En su oración sumosacerdotal pensó en cada uno de nosotros. Jesús vio cómo las diferentes personas en todo el mundo serían confrontadas con el evangelio y cómo lo aceptarían como su salvador. La letra de una canción dice: “Anímate hermano y dile al mundo que Jesucristo es Rey”. El Señor mismo lo confirma cuando dice: “El que a vosotros oye, a mí me oye” (Lucas 10:16). Si dudamos de esto es porque tal vez solo tenemos puesta la mirada en nosotros mismos. No somos nosotros quienes deben convencer o convertir a las personas. Esa es cuestión de Dios. Pero en esta era de la Iglesia – o el período de la gracia – el Señor se vale únicamente del testimonio o el servicio de hombres que ya lo han aceptado como Señor. Por eso podemos observar nuestra boca como escala de nuestra vida espiritual, de la comunión con Jesús y del resultante gozo para testificar. Debido a esto somos exhortados una y otra vez para orar no solo por nuestros propios pedidos y necesidades, sino también por la salvación de otras personas – como familiares, vecinos, compañeros de clase, compañeros de trabajo, jefes y gobernantes; por personas que repentinamente se cruzan por nuestro camino. ¡Mantengamos abiertos nuestros ojos y nuestro corazón para que esta reacción en cadena pueda continuar por y con nosotros!
Por Reinhold Federolf.