“(Josafat) dijo: Jehová Dios de nuestros padres, ¿no eres tú Dios en los cielos, y tienes dominio sobre todos los reinos de las naciones? ¿No está en tu mano tal fuerza y poder, que no hay quien te resista?”. 2 Crónicas 20:6
Cuando Josafat expresó estas palabras, su corazón estaba sumamente angustiado, pues se habían levantado tremendos enemigos contra él y el reino de Judá. Aun así, Josafat no comenzó su oración con esta petición, sino que alabó la grandeza y omnipotencia de Dios. Qué bendita manera de comenzar una oración, qué inicio prometedor a una oración que ha de clamar por liberación y redención. ¡Ojalá nosotros comenzáramos más seguido nuestras oraciones de esta manera! ¿No comienza así también el “Padre nuestro”? En Mateo 6:9-10 leemos: “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. ¡Estas palabras son tan claras! El Señor nos quiere mostrar expresamente que debemos comenzar cada oración con Dios mismo, con su grandeza, con su omnipotencia, con su reino. Josafat hizo precisamente eso. ¿Por qué es tan importante tener en cuenta esta secuencia en la oración, es decir, Dios primero? ¿Pues qué es lo realmente esencial en cada oración?, ¿nuestra petición o Dios, a quien le presentamos la petición? ¡Siempre Dios, el Señor! O sea que no debemos orar en primer lugar para que nuestra petición sea oída, sino para que la petición de Dios sea cumplida. ¿Y cuál es Su petición? En Proverbios 23:26 se nos contesta claramente esta cuestión: “Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos”.
Por Marcel Malgo.