“Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría, y que obtiene la inteligencia; Porque su ganancia es mejor que la ganancia de la plata, y sus frutos más que el oro fino”. Proverbios 3:13-14
El hombre es el recurso y el programa de Dios para reinar sobre la tierra. Adán fue creado como una personalidad única a la imagen de Dios. El anhelo de la humanidad de armonía con la naturaleza y la unidad en todos los ámbitos, aún recuerdan el llamado original. Desde que el hombre cayó en pecado, el objetivo principal de Dios es la restauración espiritual del mismo – y esto lo incluye a usted. Dice en 2 Timoteo 3:17: “a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”. Para eso Jesús se volvió el Hijo del hombre, representante perfecto del hombre, quien finalmente ha de regresar para tomar posesión de Su reinado sobre la tierra (Daniel 7:13; Salmos 8:5-6). Si mediante el Espíritu Santo nos convertimos en una persona renovada, también nosotros somos personas felices y bienaventuradas. Esta bienaventuranza está sobre nuestra vida, y es válida para todo aquel que ha experimentado el perdón de los pecados y la renovación de su ser, al haber tenido un encuentro personal con Dios. Han hallado Su sabiduría porque seriamente la buscaron (vea Salmos 32:1; Mateo 16:17). Tristes por haber pecado, aceptaron la sabiduría de Dios, y desde ese momento sus vidas son colmadas de esta sabiduría y entendimiento. ¿Puede reconocerse en su vida esta nueva meta? La persona con mentalidad mundana persigue lo material. El creyente renacido, sin embargo, procura los frutos espirituales: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Filipenses 3:7-8).
Por Eberhard Hanisch.