
“Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?”. Lucas 9:54

Cuando Juan comenzó a seguir a Jesús, el Señor lo apellidó “hijo del trueno” (Marcos 3:17). Con esto Jesús nos da una pauta de su carácter: temperamental e impulsivo. Sin embargo, a medida que se disponía al servicio de Jesús y lo seguía, su vida, y con ello su carácter, fue cambiando. La cercanía y la comunión con Jesús hicieron de Juan, el hijo del trueno, un apóstol del amor. Un giro completo. Juan nos describe el motivo de esta transformación en 1 Juan 1:1: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida…”. Con esto dice que toda su vida cambió al encontrarse con Jesucristo. Al principio, como discípulo de Juan el Bautista, había escuchado de Jesús. Más tarde, lo vio con sus propios ojos y lo tocó con sus manos. Comía en su mesa y estuvo presente cuando Jesús agonizaba en el huerto de Getsemaní. También fue testigo de la horrenda lucha en la cruz del Gólgota. Pero, por sobre todas las cosas, fue testigo de la tumba vacía y vio a Jesús cuando ascendió al cielo. Juan vio muchas señales y milagros y, aun así, estos no fueron el fundamento de su fe. La verdadera fe, y con ello la transformación, siempre surge de la Palabra de Dios. Por medio de ella viene a nuestro encuentro la persona del Señor Jesús. Solo aquel que permanece en Él puede ser transformado por Él – de un hijo del trueno al apóstol del amor.
Por Samuel Rindlisbacher.