“Oyendo estas cosas, se enfurecían en sus corazones, y crujían los dientes contra él”.
Hechos 7:54
Cuando Esteban culminó su discurso ante el concilio, se propagó entre los oyentes un odio tan grande que les hacía crujir los dientes. Y en ese momento probablemente surgió en algunos corazones el horrible pensamiento de asesinar a Esteban. Los pensamientos no son libres, como tantas veces se asegura. No. Hay alguien que los entiende, tal como dice la escritura: “Has entendido desde lejos mis pensamientos” (Salmo 139:2); es el propio Señor. Lo mismo también sucedió aquí con Esteban. El Señor sabía perfectamente lo que sucedería, Él sabía que la muchedumbre que crujía los dientes asesinaría a Esteban. Pero antes de que esto pudiera suceder, vino Dios al encuentro de su fiel y valiente siervo y le dio una revelación sobrenatural de sí mismo. Es decir, que pudo dar un vistazo al cielo y a la “gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios” (Hechos 7:55-56). ¿Por qué se le permitió ver a Esteban un panorama tan maravilloso? Porque el Señor creyó necesario acudir a su auxilio y apoyarlo en sus últimas y tan difíciles horas. Por eso, se abrieron los cielos de manera que Esteban recibiera esa maravillosa visión que en breve habría de apreciar por la eternidad. Y así obtuvo fortaleza para morir esta horrenda muerte como mártir, y además poder decir: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado” (Hechos 7:60). Aquí somos confrontados con la misericordiosa intervención del Señor. Pues gracias a que el Señor le abrió el cielo a Esteban en esa hora tan difícil, este pudo contemplar con gran valor la muerte de mártir que se le acercaba. De esta manera ayudó el Señor a su fiel servidor.
Por Marcel Malgo.