“Amados, ahora somos hijos de Dios”.
1 Juan 3:2
La vida de un cristiano tiene que diferenciarse de la de un no cristiano. Quien quiera ser amigo del mundo es enemigo de Dios. No es normal que no nos diferenciemos de nuestros colegas, quienes no conocen personalmente al Señor. Dios nos exhorta a que mostremos nuestra nueva identidad como hijos de Dios. Pero para diferenciarnos verdaderamente del mundo, debemos decidirnos concretamente a no mancharnos con los pecados y la basura del mundo. El Salmo 1:1 dice: “Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado”. Eso no significa que debo evitar todo contacto con otras personas. No, les debo proclamar con dichos y hechos el evangelio. No me debo aislar y vivir como en un monasterio, pero no debería acudir a ningún lugar del cual sé que se blasfema y se da rienda suelta a las pasiones. Daniel, un profeta de Dios, de joven estuvo plenamente decidido a no contaminarse con la comida del rey de Babilonia. Le era fiel a la ley de Dios, que Él había dado a través de Moisés. Daniel quiso agradarle a Dios y guardó su identidad como uno del pueblo de Israel, el pueblo escogido por Dios. Qué importante es que también nosotros conservemos nuestra identidad. A diario tenemos que resistir las muchas influencias del mundo. La moda, la opinión general, la televisión, todo nos quiere influenciar. La diferencia entre un hijo de Dios y los demás hijos de este mundo no cae simplemente del cielo, también tiene que ser preservada. En este nuevo día preste especial atención en sus caminos y guarde su identidad como hijo de Dios.
Por Erich Schäfer