“Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor”.
Efesios 1:4-5
Suena increíble, pero es verdad: cuando aún no existíamos, nuestro Padre celestial ya nos conocía. Él dispuso un camino maravilloso para nosotros: desde la eternidad nos escogió para que fuésemos sus hijos. A pesar de eso, a cada uno le deja libre albedrío. Qué gran llamamiento destinó el Señor para nosotros. Durante nuestra etapa aquí en la tierra, somos quitados de la eternidad y podemos llevar a cabo una vida terrenal según nuestro libre albedrío. Pero este tiempo, en comparación con la eternidad, es muy corto. “Pronto pasan y volamos”, dice en el Salmo 90:10. Lo que hubo antes, así como lo que habrá después, está en manos de Dios. Lo que hagamos ahora con nuestro tiempo tiene consecuencias eternas. Será decisivo para el momento en el cual pasemos a la eternidad. Tal vez digamos apresuradamente: “No tengo tiempo…”. ¿No tenemos tiempo? Imaginémonos lo que significaría si en nuestra necrología dijera: “…siempre estuvo muy ocupado, rara vez tenía tiempo… no tuvo tiempo para la eternidad”. Ninguno de nosotros, ya sea que seamos mayores o jóvenes, tiene la certeza de cuántos años nos quedan por vivir. Por eso es tan importante tener la meta presente. Pablo invirtió su tiempo en la eternidad: “Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14). Hay muchas cosas a nuestro alrededor, las cuales quieren desviar nuestra mirada de la meta. Tener tiempo para el Señor, para el Dios eterno, es una inversión permanente. Ha llegado el tiempo de pensar acerca de la eternidad.
Por Peter Malgo