“No os unáis en yugo desigual con los incrédulos”.
2 Corintios 6:14
Si una persona que ha sido redimida por el Señor por algún motivo se une a un incrédulo, toma sobre sí ciertos riesgos. Tarde o temprano aparecerán las dificultades, porque fue desobediente. La calidad de su vida espiritual con seguridad sufrirá algún daño. Pensemos en Josafat, el rey de Judá. Dice en cuanto a él: “Pero se han hallado en ti buenas cosas, por cuanto has quitado de la tierra las imágenes de Asera, y has dispuesto tu corazón para buscar a Dios” (2 Crónicas 19:3), y que estaba “haciendo lo recto ante los ojos de Jehová” (2 Crónicas 20:32). Lamentablemente, Josafat, mediante el casamiento, estaba indirectamente relacionado con Acab, el impío rey de Israel, quien por influencia de su esposa Jezabel había caído en la idolatría. Ambos hombres, el creyente y el incrédulo, participaron por tal motivo del mismo banquete. En esta oportunidad, Acab propuso que ambos, Acab y Josafat, se levantaran juntos para luchar contra los sirios. El rey de Judá respondió: “Yo soy como tú, y mi pueblo como tu pueblo…” (2 Crónicas 18:3). Una unión casi fatal, a no ser que Dios interviniera a favor de Josafat. Se sabe que personas que tienen malas compañías terminan aceptando costumbres viles, arruinando de esa manera su vida. Un incrédulo no tiene temor de Dios, no tiene los mismos intereses ni tampoco tiene la misma fuente de ayuda. La luz y la oscuridad no pueden unirse. Por eso la Palabra de Dios nos advierte: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?(…) ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?” (2 Corintios 6:14-16). Tengamos muy presente esta advertencia.
Por Jean Mairesse