“Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio”.
Juan 8:9
Una cosa es clara: cada persona tiene una conciencia y se halla observada por este juez interior. Es probable que por un tiempo pueda adormecer la conciencia con deseos y distracciones, pero no podrá impedir que despierte en algún momento. Las palabras de Jesús hallaron tremendo eco en las conciencias de la multitud que acusaba a aquella mujer que había sido sorprendida adulterando. Todos los que la habían acusado inmediatamente se sintieron abrumados por los pecados que ellos mismos habían cometido. Martín Lutero dijo acerca de la conciencia: “No hay nada más cariñoso en el cielo ni en la tierra que la conciencia. A través de ella escuchamos la voz de Dios”. A menudo la conciencia habla antes de los hechos, muchas veces lo hace durante el hecho, pero sin lugar a dudas, después del hecho. Y entonces nos atormentan los sentimientos de culpabilidad. ¿Qué debemos hacer en tal caso? Solo hay una cosa por hacer: acuda aprisa al corazón de Jesús y confiésele su culpa. Allí su conciencia atormentada encontrará paz y purificación por medio de Su preciosa sangre. Así recibirá también usted una conciencia tranquila. No olvidemos: la conciencia es un freno ante el pecado y una vara de disciplina después del mismo. Naturalmente, es importante reconocer que también puede existir una conciencia mal dirigida y equivocada. La conciencia tiene que estar acorde con la Palabra de Dios, entonces no llevará a la equivocación, sino que ayudará a reconocer de la manera más sutil la voluntad de Dios para de esa manera también hacerla. Que el Señor le bendiga ricamente en este nuevo día.
Por Walter Dürr