“Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”.
Juan 17:17
¿Qué es la verdad? Esta pregunta ha mantenido muy ocupada la mente de más de uno. La cuestión en cuanto a la verdad muchas veces aparece subjetivamente, vista desde la perspectiva del individuo. Sin embargo, en la presencia de Jesús la verdad se torna absoluta, pues Él dice de sí mismo: “Yo soy… la verdad” (Juan 14:6). Esta declaración se puede aceptar o desechar. Pero ni bien uno se confronta con Jesucristo, se dividen en Él los espíritus. O bien uno ama a Jesús o uno lo odia. Hasta los mismos demonios no pudieron hacer otra cosa, en presencia de Jesús se tuvieron que dar a conocer. Cuando los fariseos y escribas entraron en contacto con Jesús, se vieron descubiertos en su hipocresía y negaron la verdad personificada. Cuando Poncio Pilato debió juzgar a Jesús, se vio descubierto en su juego doble y lavó sus manos como señal de inocencia. En Jesucristo encontramos la verdad, pese a toda oposición. Él personifica la verdad absoluta. En los hombres la verdad siempre será subjetiva, pues son falibles, es decir, pecadores, y nunca podrán ser absolutamente objetivos. En nosotros mismos no podemos encontrar la verdad. Por eso es necesario que nos orientemos por la verdad absoluta, en la verdad de la Palabra de Dios. Solo el Espíritu de Dios nos revelará la Biblia, guiándonos así a toda verdad, y no a filosofías humanas. Pero una cosa debemos hacer para conocer esta verdad: ocuparnos sin prejuicios en la Palabra de Dios. Al hacerlo sucederá lo que leemos en Juan 8:32: “y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.
Por Samuel Rindlisbacher