“Acordaos de la mujer de Lot”.
Lucas 17:32
Lot alzó su mirada y escogió como sitio de su establecimiento la llanura del Jordán, que contaba con buen riego y era fructífero. Eso ocurrió hace aproximadamente 4000 años. Hoy día el Mar Muerto es conocido mundialmente por su rareza. Allí se encuentra el punto más profundo de la tierra. Muerto y bien profundo –¿qué nos quiere decir eso? Es una tremenda advertencia al mundo actual: “Como fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre (Jesús)” (Lucas 17:26-30; Mateo 24:37). Dios había sido excluido completamente de la vida cotidiana. Las personas querían disfrutar su vida al máximo, sin importar cómo. Lo más importante era que fuera divertido. Pero: “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Debido a su perversa vida, habían caído tan bajo que Dios dispuso allí el punto más profundo y echó encima un agua tan salada que no permite que allí haya vida. En el Salmo 107:34 dice: “La tierra fructífera (Dios la convirtió) en estéril, por la maldad de los que la habitan”. Lo trágico es que científicos obsesionados con la evolución afirman arrogantemente que el proceso de salinificación podría haber llevado millones de años. Fácilmente lo podemos refutar, pues Lot y Abraham fueron testigos oculares de esta terrible catástrofe por el juicio de Dios. Pero no olvidemos las estatuas de sal. Eso nos advierte de los simpatizantes del cristianismo. La mujer de Lot huyó con su familia de la ciudad condenada. Pero su corazón, lamentablemente, quedó atrás. Allí donde está nuestro tesoro, está nuestro corazón. Quien quiera ser amigo del mundo, es enemigo de Dios. “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” (Romanos 12:2). Desde lejos Abraham vio cómo ascendía el humo proveniente de Sodoma y Gomorra. Él se encontraba lejos, a una distancia segura. ¿Cómo nos encontramos nosotros, nuestra vida espiritual? Por Reinhold Federolf