“¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme”.
Romanos 14:4
La crítica constructiva seguramente está bien y debería ser bienvenida entre los hijos de Dios. Por medio de la misma se pueden evitar errores, y la obra del Señor podría tener mejores resultados. Pero cada crítica debería surgir de la sinceridad, ser presentada en amor y rodeada de mucha oración. El vicio de criticar agudamente y sin amor, es decir, criticar solo por criticar, debería ser quitado de nuestro corazón, sin dejarle el más mínimo espacio. La crítica dañina es como el ácido que carcome, que destruye la comunión en una congregación. Con razón alguien dijo una vez: “El vicio de la crítica es como un boomerang, que a la larga recae sobre la persona que lo emite”. Las personas que siempre señalan a otros con el dedo acusador no dicen tanto de los demás como de sí mismos. Muchas veces están insatisfechos con su propia vida, llenos de celos y envidia. Ellos quieren ser los mejores y los más aceptados, y no soportan cuando otros son alabados. De esa forma, siempre encuentran un pelo en la sopa y siempre tienen algo para decir, de todos y de todo. El vicio de la crítica también puede surgir de una ley falsa y poco espiritual, la cual contradice el principal mandamiento, o sea, el de amar. Un pastor escribió en su carta a la congregación la siguiente nota: “Queridos lectores, si encuentran un error de ortografía, tengan en cuenta que fue hecho a propósito. Siempre hay personas que buscan los errores, y nuestro boletín quiere ofrecer algo para todos los gustos”. Mateo 7:1 advierte: “No juzguéis, para que no seáis juzgados”.
Por Norbert Lieth