Hace mucho tiempo, un predicador desafió a un joven a que sostuviera un vaso con agua, a lo que el muchacho accedió con gran entusiasmo.
La consigna consistía en tener el vaso desde su parte superior a la altura de los ojos, con el brazo extendido en su máxima longitud. Si por alguna razón el vaso se bajaba, se caía o se le volcaba el agua, el joven perdía el desafío.
El muchacho se entusiasmó mucho con la propuesta planteada y, como sería la atención de muchos, sin dudar, pasó y tomó inmediatamente el vaso, extendió su brazo y lo sostuvo con su mano.
Este predicador empezó a hablar y a explicar que la fuerza y la resistencia no son lo mismo.
Luego de hablar por un minuto, le preguntó al joven si se encontraba bien, a lo que este respondió con un “¡Sí!” contundente. Pero el predicador continuó con su exposición, y luego de cinco minutos volvió a preguntarle al joven cómo se sentía. Él contestó: “¡Bien!”. Sin embargo, no fue tan enérgico en su respuesta.
Este procedimiento siguió por otros diez minutos y, a pesar de que el vaso no había variado su contenido, el chico lo sentía muy pesado. A los quince minutos, este muchacho ya no podía sostenerlo más y sentía cómo sus fuerzas se agotaban. Ese agotamiento le hizo bajar la mano y perder el desafío.
Hay grandes beneficios en ejercitar la fuerza:
· Los ejercicios de fuerza mejoran la densidad ósea, disminuyendo así el posible riesgo de osteoporosis o fracturas y protegiendo a la vez nuestras articulaciones.
· Logramos prevenir lesiones, ya que los músculos, los tendones y los ligamentos tienen menos riesgo de dañarse, pudiendo resistir trabajos con mayor intensidad.
· Los ejercicios de fuerza en la parte troncal del cuerpo ayudan a que los órganos internos se mantengan en sus correctas posiciones, mejorando el tránsito intestinal, la respiración y la postura en general.
Pero también tenemos grandes beneficios en los ejercicios de resistencia:
· Mejora de la capacidad pulmonar
· Envejecimiento más lento: el entrenamiento de resistencia es crucial para ayudar al cuerpo a combatir el proceso natural de deterioro muscular, lo que significa que puede vivir una vida saludable durante más tiempo.
· Mejora de la salud cardíaca: puede disminuir el riesgo de sufrir enfermedades cardíacas al reducir la presión arterial y la frecuencia cardíaca.
· Mejora el metabolismo y reduce la grasa corporal.
Estos dos tipos de ejercicios nos aportan grandes beneficios a la salud. Lo que debemos entender es que ellos son complementarios y no deberíamos reemplazar uno por otro. Necesitamos mejorar en fuerza, pero también en resistencia.
La Biblia nos habla de la necesidad de ejercitarnos en ambas disciplinas.
“Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas” (Josué 1:9).
“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).
El cristiano debe entender que su fuerza no viene de él, sino de su relación con Cristo, pero es en esa relación en la que debe esforzarse por mantener sana, procurando cada día estar cerca del Señor. No es Cristo quien se aleja de nosotros, por el contrario, somos nosotros los que nos alejamos de Él.
“Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gálatas 6:2).
Para levantar una carga, no solo debemos tener fuerza; dependiendo del tiempo que debamos sostenerla, también debemos tener resistencia.
“Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:7).
“No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6:9).
Estar ejercitados en fuerza y resistencia espiritual nos llevará a poder pasar la prueba, servir sin desmayar, llegar a la meta, cumplir la misión.
Las pruebas diarias nos ejercitan para alcanzar los objetivos que Dios quiere lograr en nosotros.
¿Estás ejercitándote en el gimnasio de la fe?
Por Daniel Olivera